dedicado a mi hermana Virginia, cazadora de atardeceres
Hay una hora del día, donde todo se tiñe de un tono especial, mezcla de rojos, dorados y algunas veces algún tinte violáceo. Es a esa hora del atardecer cuando debemos ir a conocer el Cementerio de Granada en Nicaragua.
Es a esa hora cuando, sin olvidamos donde estamos, podemos trasladarnos a un mundo silencioso, de largas sombras y de una belleza que emociona.
Nada más entrar al Cementerio de Granada, salta a la vista la imponente Capilla Las Ánimas, que fue trazada en 1871 por Teodoro Emilio Hocke, con inspiración neoclásica a la manera de un templo griego,una suerte de réplica de la Magdalena de París. Al fondo de la pequeña capilla, se disponen en un damero inmaculado, blancos y exquisitos mausoleos y bóvedas con esmerada labor arquitectónica, ángeles de tamaño natural, monumentos, cruces, santos en relieve.
Sin embargo, y a pesar de la belleza particular de cada uno de estos elementos, lo que realmente hace diferente y especial esta experiencia pareciera estar un poco mas allá. Tal vez su magia se deba a la sensación de paz que te invade al caminar sus calles, al admirar la simpleza de lo bello, al sentir la fuerza de un pedazo de piedra que hasta con solo mirarla duele…el sol poniéndose sobre las montañas y todo lo que la arquitectura aún en el más puro silencio nos puede decir.
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